Aproximarse a Bialowieza es adentrarse en el ambiente que ha imprimido el Gobierno ultraconservador de Ley y Justicia (PiS) a su campaña electoral. La estrecha carretera que lleva hasta este pueblo polaco de algo más de 2.600 habitantes, pegado a la frontera con Bielorrusia, se puebla de árboles a medida que se penetra en el bosque primigenio más grande de Europa. También de vehículos militares y de la guardia fronteriza. Controles policiales paran a los coches que circulan y escudriñan los maleteros. Están desplegados para controlar el flujo de migrantes que tratan de llegar a la UE a través de la frontera con Bielorrusia. Desde el pasado verano tienen además refuerzos, después de que mercenarios del grupo ruso Wagner se trasladasen a ese país tras su rebelión fallida frente al Kremlin a finales de junio y dos helicópteros bielorrusos penetrasen en el espacio aéreo polaco el 1 de agosto.
Con la guerra de Ucrania al otro lado de la frontera, a nadie le extraña que la seguridad y la defensa se hayan convertido en el eje de la campaña electoral para las elecciones del próximo domingo. PiS vende en su eslogan de campaña “un futuro seguro para los polacos” y la oposición promete aún más firmeza y eficacia. “Somos un país que tiene frontera con Rusia [con el enclave de Kaliningrado], Bielorrusia y Ucrania”, explica Slawomir Debski, director del Instituto Polaco de Asuntos Internacionales (PISM), un think tank que asesora al Gobierno. En su despacho de Varsovia, el experto en seguridad recuerda los “ataques híbridos” del régimen de Aleksandr Lukashenko, gran aliado del presidente ruso, Vladímir Putin, que desde 2021 organiza la entrada irregular de migrantes a la UE. “Por motivos obvios, la seguridad es una preocupación para la sociedad polaca”, continúa.
Vecinos y empresarios de Bialowieza, en el epicentro de algunas de esas amenazas, no muestran señal alguna de ese temor a cinco días de las elecciones. Al contrario, algunos sienten que sufren la narrativa alarmista emitida por el Gobierno con fines electorales.
Krzysztof Petruk, el director del colegio de la aldea, de 62 años, no observa miedo entre sus alumnos o sus padres. “No creo que haya más de 1.000 mercenarios de Wagner y lo de los helicópteros bielorrusos solo fue una vez, no se sabe si de broma o en serio”, dice quitando importancia a unos hechos con los que el Gobierno justificó el envío de miles de soldados más. Él ve con buenos ojos la presencia militar, y recuerda que en 2021, cuando el Gobierno declaró el estado de emergencia por la llegada de inmigrantes, “había más soldados que habitantes”. Los niños ya se han acostumbrado, dice, aunque reconoce que “a muchos padres no les gusta ver a tantos militares armados hasta en las tiendas”.
Dos señoras mayores que rechazan detenerse afirman brevemente que se sienten muy tranquilas con el refuerzo militar. Igual que Emile, trabajadora social de 44 años que observó asustada la incursión de los helicópteros de Minsk. Para Alicia, una dependienta de 61 años que tampoco quiere dar su apellido, “la presencia de soldados nunca tiene una connotación positiva”. “Hacen que la gente se sienta insegura”, opina.
Además de la amenaza militar de Rusia al otro lado de la frontera, el Gobierno ultra de Polonia ha convertido la inmigración en una cuestión de seguridad y soberanía nacional. En el referéndum convocado junto a las elecciones, dos de las cuatro preguntas hacen referencia a este tema. Una pide rechazar el pacto de la UE para el reparto solidario de refugiados; y la otra se pregunta si la población está a favor de quitar la valla de 190 kilómetros construida en la linde con Bielorrusia, como si la oposición hubiese sugerido derribarla. Al contrario, el conservador liberal Plataforma Cívica pide reforzar los controles.
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Durante la campaña, el Ejecutivo ha bombardeado a la opinión pública con vídeos y declaraciones en las que relaciona la inmigración irregular de países musulmanes con la violencia. El primer ministro, Mateusz Morawiecki, afirmó además que los mercenarios de Wagner podían entrar en Polonia camuflados entre los migrantes. El conflicto entre Israel y Hamás sirve para reavivar aún más esa idea, con variantes: “La gente tiene miedo de que, junto a los migrantes, Europa importe extremistas islámicos o simpatizantes de Hamás”, afirma Debski.
Miedo a los muertos
En Bialowieza, donde muchos vecinos se han encontrado con esas personas que entran desde Bielorrusia, no se ve el miedo que instigan los mensajes oficiales. “Muchos padres les han ayudado con comida, agua y ropa”, dice el director del colegio. La tendera Alicia recuerda que desde 2021, el pico de la crisis migratoria, “no ha habido ningún incidente con la población”. “No me dan miedo los migrantes; lo que más asusta es encontrarse un muerto a 30 o 40 metros de tu casa”, dice, en relación a las decenas de personas que han perdido la vida en el bosque.
Aleksandra Chrzanowska, una activista de 44 años que lleva desde 2021 trabajando en la frontera, afirma rotunda: “Nunca me he encontrado una sola persona en el bosque que me diese miedo”. Esta mediadora cultural de SIP, una organización de ayuda legal para extranjeros, y de Grupa Granica —formada por ONG, activistas y residentes en la zona fronteriza— cuenta que algunos vecinos de la zona les llaman a ellos para que ayuden cuando ven un grupo de personas en el bosque, y otros colaboran con la guardia fronteriza. Hay distintas reacciones, dice, pero no temor: “Son personas muy cansadas, con frío, con hambre, a menudo heridas”.
El bosque fronterizo se ha convertido en una zona militarizada. Al inicio de la pista empedrada que conduce del pueblo a la valla, un camión con militares armados estaba de guardia este martes. Más adelante un 4×4 de la guardia fronteriza. Una agente, con las uñas rosas y las cejas pintadas, advertía de que está prohibido acercarse a más de unas decenas de metros del muro y se acercaba a impedir el paso antes de alcanzar esa distancia. Según una portavoz del cuerpo, este año ha habido 22.000 intentos de cruzar, aunque cuentan incluso a los que solo se acercan a la valla y a los que vuelven a probar después de ser devueltos en caliente, como denuncian los activistas.
Slawomir Dron, dueño del restaurante Fanaberia, de 54 años, lamenta en su local, casi vacío: “Antes la gente venía atraída por la naturaleza, los bisontes, el bosque; ahora el mensaje es que están los migrantes, los de Wagner: ‘¡Peligro, peligro, peligro!”. Desde este verano, cuando el Gobierno intensificó esos mensajes, el negocio cayó y no ha vuelto a levantar cabeza. El director del hotel Zubrowka, Andrzej Malinowski, de 60, se queja también de que “todas las cosas que dicen en la televisión disuaden a las familias” de visitar la zona.
Para Marcin Buzanski, experto en seguridad y analista en la Fundación Pulaski, la reacción del Ejecutivo en la frontera es “muy exagerada”. Por un lado, se pinta la entrada de migrantes como una gran amenaza, mientras por otro, Polonia rechaza el apoyo de Frontex, la agencia europea que coordina la gestión de las fronteras. Aunque esta narrativa contra la inmigración, opina el experto, se le ha torcido de cierta forma al Gobierno con el escándalo de la venta de permisos de trabajo a inmigrantes a cambio de sobornos, porque muestra la “hipocresía” de PiS.
Inversión en el ejército
Buzanski no duda sin embargo en describir un “deterioro de la situación de seguridad a tiempos de la Guerra Fría”, aunque ve un uso electoralista de asuntos relacionados con la seguridad, para “atraer a votantes de extrema derecha y tener a su base movilizada”.
En abril de 2022, poco después de la invasión de Rusia en Ucrania, el Gobierno aprobó la Ley de Defensa de la Patria con la que pretende convertir el ejército de tierra polaco en el más fuerte de Europa. Desde entonces se han sucedido los contratos de compra de armamento, con el objetivo de alcanzar el 4% de gasto militar en relación al PIB.
Piotr Lukasiewicz, exdiplomático y exmilitar con experiencia en países como Afganistán, cree que el Gobierno, con este “intenso, rápido y amplio plan de modernización del ejército”, llegó a la campaña electoral “con un programa sólido”. Pero como cuenta, “sobrecalentaron la situación, exageraron, y han tenido resultados algo grotescos”. El analista del think tank Polityka Insight da un repaso a algunos “incidentes” que revientan la imagen que quiere proyectar PiS.
El primero es que después de asegurar que el país estaba protegido ante misiles aéreos en octubre pasado, en noviembre murieron dos personas en la aldea polaca de Przewodów, junto a la frontera ucrania, víctimas de un misil del sistema de defensa ucranio. En diciembre, un proyectil lanzado por Rusia entró en el espacio aéreo polaco y los radares perdieron su rastro. Nadie supo nada hasta que una mujer encontró los restos en un bosque en Bydgoszcz, a más de 400 kilómetros de la frontera con Bielorrusia, por donde entró. El ministro de Defensa, Mariusz Blaszczak, culpó a la cúpula militar de no haberle informado.
El excoronel subraya un último episodio que llegó a hacer llorar de impotencia a un oficial excompañero suyo. Fue el 17 de septiembre, cuando el ministro de Defensa difundió documentos clasificados de antiguos planes militares en caso de ataque ruso y acusó a la oposición, entonces en el Gobierno, de querer ceder a Moscú la mitad este del país. Esta semana, el malestar en la cúpula del ejército ha cristalizado en la dimisión de los dos generales con mayor rango, a cinco días de las elecciones. “Lo han hecho a propósito como venganza: es una protesta por usar el ejército como lo han hecho en los últimos seis meses”, opina.
El experto Debski, volviendo al despliegue en Bialowieza, cree que “el peligro es real, por la situación geográfica y el papel que ha desempeñado Polonia frente a Rusia en la guerra en Ucrania”. “Imaginemos qué habría podido pasar si ignoran estas amenazas y pasa algo malo”, sugiere. Alicia, detrás del mostrador de la tienda donde trabaja, opina que detrás de los cientos de soldados y policías que pululan por su pueblo hay más propaganda preelectoral que peligro.
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