Nueva Zelanda, la gran tirana del rugby, la selección de los fuegos artificiales, se ganó este sábado en París su billete para semifinales del Mundial con su versión más eficiente. Orden y contragolpe para tumbar a la número uno del ranking, una Irlanda que cayó (24-28) tras 17 victorias consecutivas –desde junio de 2022– y prolonga su maldición de los cuartos de final, una ronda en la que ha caído las ocho veces que ha disputado. La tricampeona, en su época más precaria de la última década, sigue muy viva y luchará el próximo viernes con Argentina por un puesto en la final.
Irlanda salió a mil revoluciones y sufrió el primer golpe de castigo tras apenas 22 segundos por su impaciencia en el ruck, discutiendo la posesión desde el suelo. Las prisas del favorito, un traje difícil de llevar cuando enfrente hay 15 camisetas negras. Los All Blacks fueron menos ambiciosos y se limitaron a encadenar secuencias, una eternidad (29) hasta que la defensa concedió el golpe de castigo. Sin miramientos, lo canjearon entre palos y abrieron el marcador. Jordan Barrett repetiría con una patada desde el medio campo. La sangría de faltas verdes –hasta cinco en un cuarto de hora– costaba puntos.
Seguían las prisas de los irlandeses, que se negaban a patear entre palos y buscaban sin éxito el ensayo en su primera incursión. Se defendía en su parcela Nueza Zelanda, esperando el error, la carga del jugador más pequeño, para robar el oval y alejarlo con una patada de Ardie Savea. Los delanteros, los gordos, no patean, pero él vale para todo y lanzó el contragolpe del primer ensayo. Beauden Barrett rompió por el centro con una patada-sombrero perfecta. Lowe le placó con contundencia, pero su defensa llegó tarde y los All Blacks llevaron el oval al flanco izquierdo para aprovechar su superioridad. Allí llegó Fainga’anuku para culminar una pared con Ioane y silenciar a los sombreros verdes.
Defensa sin faltas
Un 0-13 en 20 minutos era un test mental de primer orden para el perdedor adorable. Nueva Zelanda alivió la tarea en el saque, bloqueando a Lowe y permitiendo que Sexton quitara el cero del marcador. Paradójicamente, el déficit relajó a los irlandeses, que asumieron la tarea y frenaron su cascada de pérdidas. Suyo era el territorio, era cuestión de tiempo que aparecieran los huecos. Y llegó la marca de Bundee Aki, sin precipitarse, avanzando con pasos cortos mientras los defensas se lanzaban en vano sobre él.
El guion que quería Irlanda estaba ya en marcha, una receta que tenía antídoto: los contragolpes. Sin apenas esfuerzo, los All Blacks se plantaron en la retaguardia rival con una patada 50:22 –un envío desde campo propio que sale por la zona de 22 contraria después de un bote y que permite al ejecutor mantener la posesión– para una secuencia que el multiusos Savea posó por el flanco derecho. Otro golpe al que reaccionó el XV del Trébol tras la amarilla a Aaron Smith por un manotazo voluntario para cargar con sus gordos. Con la plataforma formada, el menudo Gibson-Park sorprendió y se lanzó al ensayo contra su país natal minutos después de haber perdido el oval en una acción similar. Gestos de tenacidad.
El déficit al descanso (17-18) era un triunfo para Irlanda, aunque el paso por vestuarios ralentizó el frenesí. Los verdes seguían en campo rival, pero Nueva Zelanda defendía sin faltas hasta que sus rivales chafaban el ataque. Agazapados, esperaban su momento. Y bastó un detalle, el placaje fallado por un titán como Van der Flier, para que Richie Mo’unga abra las compuertas. Segundos después, el velocista Will Jordan corría sin oposición hacia el ensayo. Otra montaña para Irlanda.
Último ataque interminable
El reloj corría y Sexton fallaba una patada fácil para encoger una brecha de ocho puntos a una sola anotación. Mal síntoma. El desgaste físico agudizaba el dominio verde, pero su rival mantenía las líneas, sin regalos. Tuvieron que recurrir a su comodín, el maul, esa plataforma que forman tras poner el balón en juego desde la banda, la que abrió la celda. No solo logró el ensayo, sino la amarilla a Codie Taylor por derribarlo ilegalmente. Diez minutos de superioridad numérica con poco más de cuarto de hora por jugar. E Irlanda, a uno.
El epílogo exigía un psicólogo. Volvieron las faltas del XV del Trébol –a la segunda, Jordie Barrett encontró los palos y amplió la ventaja a cuatro– que volvió a entrar a la zona de marca rival con su maul, pero no hubo ensayo porque el propio Barrett evitó un posado cantado de Kelleher. Los All Blacks habían ganado su inferioridad y los irlandeses tenían cinco minutos para gestar el ensayo de la redención. Lo intentaron con un último ataque interminable, 37 fases en busca de la grieta. Sin red, con el tiempo cumplido, una lucha contra su historia.
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